Hace un año, justamente hace un año se tambaleaba lo que en ciernes podría ser algo hermoso. Aspirar al amor de una mujer, a su cariño, a su caricia y a su amor y hoy, cuando esto había sido posible, cuando araño la llegada de un nuevo año en este planeta, en esta galaxia, en este universo, como pavesa en el desierto, esto casi se apaga, nos ahoga la arena de la distancia, la soledad de las noches vacías, la boca sin besos y nuestras miradas que no encuentran el espejo de nuestros ojos.
No soy supersticioso pero como odio los gatos negros y palidezco ante el número trece y ahora sumo el número 17. Será que un sisma está frente a mi; será nuevamente mi regalo de cumpleaños esta cubetada de desoloación, ausencia de todo, dedos asidos a nada, memoria desperdiciada en un nombre que ya no signifique apenas un leve recuerdo?
Ahí queda esto, no más tinta, no más espacio en blanco. Lo otro amigos es que llegué, no era mi meta pero estoy en el umbral de los sesenta, recontando los días que he transitado por este planeta, por la tierra que me vio nacer, por la ciudad que amorosa, abrió sus brazos para mi, por la mujer que cálida tomó mis manos y me condujo a la entraña vertiginosa de este valle que ha dado calor y color a mi corazón. Aquí estoy, vivo, latiendo mi corazón, recordando a los muertos de mi felicidad, a quienes fueron conducto para mi aterrizaje a este mundo y haciendo una declaración de principios y parafraceando a Neruda diré que Confieso que he vivido, que como caracol, no me he quedado con nada, ni siquiera lo material, mi camino se ha quedado con la poca luz que emano, mi huella ha exprimido todo, alegría, amargura, frio, calor. Todo se ha quedado poco a poco como si, figura de hielo, fuera dejando humedad a mi paso, pero no es humedad eterna puesto que un día dejaré en mi huella la última gota. No se si en sudor o sangre pero ahí ya no habrá puntos suspensivos para mí. Será el epílogo, el plaff onomatopéyico del cierre del libro de la historia de mi vida.
Solamente pediría en esos momentos oir los acordes de la música que dio sentido a mi aliento, que me impulsó, que curó las heridas internas, y alimentó mis flacas carnes en momentos difíciles. Que no falte el canto, que nunca falte el canto. De mi tierra, de mi patria, de quien pone el corazón en lo que escribe y canta. Larga, interminable lista de seres que han tocado la luna y les ha devuelto la caricia en inspiración.
Será que hablo de Silvio, acaso me refiero a Paco Ibáñez o Álvaro Carrillo; quizá al creador de los mantras que aliviaron las heridas amorosas, es decir José Alfredo o Violeta, Víctor Jara, la Eugenia, Mercedes o también Marcial que ahora solo liva nubes junto a su carnal Emilio. Muchos más nombres hay que no incluyo. Saben ellos que los canto, los siento y por mi sentimiento circulan impunemente. En sesenta años recuerdo muchas cosas. Los lugares en que he vivido, la gente que he conocido; seres invaluables cuyo cuño este mundo no ha valorado y han emigrado a las estrellas, los pequeños espacios que he llenado cantando, leyendo a mis autores preferidos.
Por último y la cereza de mi pastel: Ñi'i Ndoo, el temazcal que es síntesis de lo que soy, de mi raza, de los abuelos que con valor, contestatario valor, nos heredan lo que en su corazón guardaron celosamente. Ahí están esos viejos mis abuelos. Vivos ahora, luz ahora, camino ahora y por siempre vida.
Por último y la cereza de mi pastel: Ñi'i Ndoo, el temazcal que es síntesis de lo que soy, de mi raza, de los abuelos que con valor, contestatario valor, nos heredan lo que en su corazón guardaron celosamente. Ahí están esos viejos mis abuelos. Vivos ahora, luz ahora, camino ahora y por siempre vida.