No me quedo con nada, aunque alguna vez dije que me quedaba con lo mejor y que la memoria y el color de esto y aquello.
Ya no hay nada, como el lecho de un río cuyos bosques alrededor fueron talados y en el cause donde antes fluyó agua cristalina y aves y diversos bichos bebieron esa agua dulce, solo quedan piedras frías que en sus huellas dibujan el paso del agua.
Y para seguir vivo nuestro lecho de río tiene que aceptar su sequedad, entender que no hay música porque ya el agua no canta y quizá cuando haya tormenta y lluvia torrencial, se volcará sobre él una cantidad tal de agua que no habrá tiempo de sentir su caricia y el agua alborotada tendrá un color grisáseo que no lo hará disfrutable.
No fui a eso, sin embargo regresé con las manos vacías, sin dónde descansar el cansancio de los ojos y la voz y el canto sólo para mí. Y así está mejor y estaré en calma sin seguir siendo émulo de Sísifo, creyendo que esta vez será mejor y que mi esperanza no rodará montaña abajo. Si es cierto que hay tiempo para echar cuetes y tiempo para recoger varas, es cuestión de identificar el mío y llevar por la libre mi vida.
Limpio todo, escombro para que ningún recuerdo haga daño y marco distancia para no herir a nadie.
Marcos me dio la idea leyendo
INSTRUCCIONES PARA DESPEDIRSE
No mire hacia atrás.
Suele bastar con eso.
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