6 ene 2010

Aquellos días

Recuerdo siempre el pasaje del Principito cuando cuenta de esa ocasión en que estando triste, vio infinidad de atardeceres, con solo mover su silla iba siguiendo al sol para verlo ponerse repetidas veces. Cuando estoy triste, escucho temas que me acaban de marchitar porque me evocan momentos de gran desesperanza. Son la Ginopedias de Satie o los Temas de Vangelis o alguna de las viejas y nuevas de Serrat, pero siempre, en ellos encuentro un fondo musical para encolarme en él y con la flacidez de la melancolía, y el suave vino de la nostalgia evocar bellos momento.
Pudiera ser 1976 cuando viajamos a Salto del Agua, a los pies del Izta. Caminando de Amecameca a este lugar en su amorosa compañía, cuando aún el engranaje de nuestra relación se asentaba poco a poco. El horizonte de la vida en pareja se abría amplio a nuestros ojos. La familia no tenía la riqueza de los hijos y nuestros cuerpos en su madurez ofrecían toda su energía y hallábamos sorpresas en cada encuentro.
Nuestro caminar fue como de una hora por la mañana, después de un sabroso desayuno, que nos dio fuerzas para emprender esta aventura que nos llevó por paisajes admirables: Senderos rodeados de sembradíos, arboles exhuberantes y un arroyo de aguas cristalinas que seguramente descendían del Volcán. Sentados a la sombra de los árboles y observar lo que la naturaleza regalaba a nuestros ojos fue una magnífica experiencia. Caminamos por la ribera del arroyo hasta donde nuestros recursos físicos nos lo permitían y con el reloj de los rayos del sol, volver sobre nuestros pasos para regresar al hogar que por aquel entonces estaba por Neza.
Por aquellos días nuestros recursos económicos eran precarios mas nuestra vitalidad suplía esta deficiencia por ello nos aventurábamos todos los fines de semana a los lugares de los alrededores de nuestra ciudad. Al final, cansados, agradecíamos la dicha de estar juntos. Nuestras vidas totalmente divergentes tenían por aquellos días esta convergencia gratificante.
Eva, Lupita, Marcela. Los tres nombres convergen en ella.

2 ene 2010

Dos años?

El tiempo, el implacable, el que pasó dice Pablo en alguna canción.
No pudo ser de otra manera, la arenilla del tiempo se encargó de borrar el incipiente código que íbamos construyendo; arenillas de desinterés, de rutina, de lugares comunes, de reproches fueron el abrasivo necesario para concluir que ahora no tenemos ni siquiera una escuálida historia en donde refugiar la soledad. Ahí quedan los sucesos sin ningún cordón que les de sentido, sin acontecimiento que valga la memoria recordarlo. Como una planta a la que dejamos de proveer del vital líquido y solo queda su sequedad como un reclamo de nuestro abandono, hojas que ayer fueron verdes ahora parecen trapos razgados, abandonados a la intemperie, grises, reclamando su muerte.
No quiso ser parte de una historia, el tranvía avanzaba y dándole la mano, deliberadamente aminoró el paso y su imagen se fue haciendo cada vez más pequeña; cuando vio que el tranvía avanzaba gritó fuertemente pero nada hizo por acelerar el paso y también solo dejo en mi, su silencio.
Va por ella en este año 2009. Que el siguiente tranvía la encuentre en condiciones de abordar y se encamine a ese mítico lugar que es la felicidad. Lo que sentía por ella lo dije claro y en todos los tonos, hoy solo resta agradecer todo lo que me dio. Y en su tiempo sin ambages, toda ella vibró al contacto de las palabras, las canciones, la oscuridad y los instantes de plenitud. Ahí estará, en algún sitio estará y desearía despojarla de mi recuerdo para no hacer más pesada mi carga. A ella,  hasta siempre Adnaloy