19 nov 2009

Con música?
Septiembre/2007
Los acordes de Deodato me trasladan muchos años atrás. Treinta y siete acaso?
De un radio prestado salían las notas de una pieza que interpretaba Deodato y que por mucho tiempo, sino es que hasta hoy, es nuestro tema. La escuchaba por las mañanas antes de partir al trabajo y me imaginaba que en su casa hacía lo mismo. Los dos sabíamos en qué estación de radio casi invariablemente la ponían entre cinco y seis de la mañana.
Puestos los piés en este día diré que que desde temprano tuve el propósito de visitarla. La ruta conocida, los semáforos ya aprendidos y hoy, la precaución por el nuevo pinche reglamento; pero todo giró en esa idea. Desde los tlacoyos de la chiquilla, nuestros tacos domingueros hasta tu chocolate necesario y el recorrido por el mercado.
Todo este preámbulo para llegar a las tres y veinte, sin prisa, dia de asueto, y buscarle. Siempre espero verla en la sala o el comedor. Cuando no es así me preocupa porque sé que se encuentra en su cuarto, tal vez dormida. Y hoy fue así. Desde lejos vi sus calcetas y suspuse que dormía. Todo el aplomo, la fortaleza, el firme propósito de ser fuerte se derrumba. La imagen de ella en la cama, dormida me estremecen de pies a cabeza. Con mucho cuidado me aproximo, tomo asiento a un lado de ella temiendo despertarla de un sueño en el que tal vez es una niña que corre por el campo o que recibe palabras hermosas de su padre o disfruta de una pieza bailable de la que ella fue afecta y dominaba con facilidad. Por cierto, qué habrá en sus sueños, quién será ella y qué y quiénes seremos nosotros, sus cercanos en estas ensoñaciones? Pero abre los ojos y con ese código de señales, entiendo que está sorprendida pero también contenta. La detengo para que no se incorpore rápidamente, le hablo suavemente y le hago la más estúpida de las preguntas ¿Cómo estás? Me responde con lo mejor de ella. Un movimiento de cabeza me indica que bien. Pasa un buen rato y la invito a salir al jardín, cosa que acepta, mas para mi sorpresa, no se puede levantar. Intento ayudarla y todo el esfuerzo es vano. Pregunto en la enfermería si en estos últimos días ha caminado y me indican que muy poco y con la molestia de su rodilla. Las várices dicen.
Al fín consigo, con la ayuda de un enfermero, sentarla en una silla de ruedas y salimos al jardín.
Empujando la silla veo su pelo canoso, su cabeza ladeada en señal de cansancio y con preguntas diversas trato de romper su mutismo, cosa que consigo a medias hasta que le recuerdo que le llevo un chocolate que los dos comeremos como en aquellos días en que nuestros haberes solo nos alcanzaban para comprar una torta a la que alternativamente dábamos mordidas.
En pequeños trozos le voy administrando su barra de chocolate he insisto en que camine. Consigo que lo haga y con pasos vacilantes hacemos un corto recorrido. Busqué en su cara y no había muestras de dolor, solo había inseguridad para dar el siguiente paso; alternamos entre sentarla y caminar un poco. Se que lo peor que puede pasar es que se inmovilice y no se levante de su cama.
Obseva el cielo nublado y me dice de la próxima lluvia, y como siempre, se queja del frío. Ve el pasto verde y las flores, los pájaros y un desafiante colibrí que a escazos centímetros de nosotros, le hace los honores al néctar de una flor. No pierde de vista al ave hasta que con su velocidad asombrosa, se deposita en una flor lejana.
Yo no dejo de observar su cara, su pelo, sus pequeñas orejas y sus manos siempre cálidas y amorosas y lanzo al universo la trillada pregunta ¿POR QUÉ? Ella me responde ¿Tienes frio? La miro a los ojos y se que ella sí sabe el porqué, lo asume y no anda con mariconadas llorando. Tomo sus manos y la invito a caminar para quitar de mi pensamiento esas tenebrosas ideas que me aprisionan y de ellas tengo que salir solamente con movimientos bruscos.
Por el altavoz escucho que el tiempo de visita ha terminado y nos encaminamos al lugar que le asignaron para tomar sus alimentos. Ahí ya se encuentran dos ancianas. Una, acerca solícita una silla para que Eva se siente y la otra me pregunta por su estado de salud. A las dos correspondo con mi cuasi sonrisa, ya que estoy atravezando por el momento más indeseado que es la despedida. Le doy un beso en la frente y doy vuelta por la izquierda eludiendo el comedor y su mirada. Aprovecho para pasar al sanitario y dirijo una última mirada furtiva donde encuentro una figura un tanto encorbada que toma de su plato seguramente la gelatina que le sirvieron.
Salgo al estacionamiento y me siento vacío. Hasta ahorita me recuerdo de la débil lluvia que empezaba. Solo me acordé de la pequeña tragedia cuando busqué su Boig y con sorpresa y enojo, descubrí que no tenía popote.
http://www.youtube.com/watch?v=YySYtT-E_kI

2 comentarios:

Margar dijo...

Siempre te leo, pero no siemprer escribo...
perdón por el silencio, cuando tus letras son tan hermosas y transportan hasta tu sentir.
Abrazo amigo de vida y poesía

arturo dijo...

Gracias Margar, viniendo de ti el comentario es sumamente valioso para mí. Feliz año 2010. Un abrazo