11 jun 2010
1 jun 2010
Ray Conniff
Fue una tarde, una cálida tarde de 1975 cuando llegué a su casa, toqué el timbre y al abrir la puerta me recibió con una sonrisa y el rubor de sus pómulos, el pelo suelto caía libre sobre sus hombros. Por mi parte la felicidad me llenaba por completo. Subimos al apartamento y comentamos cada uno, sus vivencias desde la última vez que nos vimos. Hacía poco tiempo que yo podía recorrer las calles de esta ciudad, aún no tenía trabajo y esto me permitía visitar a los amigos y amigas que había conocido.
Me ofreció refresco y me invitó a comer, en tanto en el estéreo se escuchaba música de Ray Conniff. Ella seguía los compaces con el movimiento grácil de su cuerpo y veía y buscaba en mis ojos la aprobación de su entrega a esa sonoridad.
Después de comer, hicimos un pequeño reposo y luego nos dispusimos a bailar al compás de la orquesta que seguía amenizando el ambiente. Nuestros cuerpos se movieron en cadenciosos pasos, yo tratando de seguirla y disimular un tanto mi torpeza para el baile. Ella amorosamente me llevaba y me iba indicando qué hacer. No presté mucha atención a eso, como sentir su calor cercano, observar de cerca sus ojos, su pelo castaño y su boca, pequeña boca que ya me había obsequiado besos, primeros besos con mucha pasión pero sin atrevimiento.
La tarde la compartimos hablando de lo afortunados que éramos teniéndonos, amándonos después de lo imposible que parecía llegar a eso. Le confesé que siempre había sentido algo especial por ella pero no me atreví a confesarlo pues no tenía sentido atarla a mi en las circunstancias que estaba viviendo.
Muchos años después vi el disco que hizo de fondo musical aquella tarde y pensé que sería una agradable sorpresa para ella. Lo adquirí y lo llevé a casa. Durante el trayecto fui pensado en lo que he relatado, recreándome en esos momentos.
Cuando llegué, entré a la sala, todo era silencio y en los muchachos una cara de preocupación. Casi en susurro, para no despertarla me relataron que había tenido una crisis, un cambio de personalidad brutal y después de ese desfogue, se quedó profundamente dormida. A partir de ese día ya nada fue igual. No hubo manera de que volviera a esta realidad, la medicina declaró que solo se podían dar paliativos que controlaran su conducta y que le permitieran una buena calidad de vida. No pudimos escuchar y disfrutar juntos este disco, las piezas, las melodías las escucho a solas y puedo aún recordar con gratitud los momentos que la vida me dio a su lado. Siempre la música será un ancla que me lleve a ella y en un espacio de mi corazón estará su amor.
Me ofreció refresco y me invitó a comer, en tanto en el estéreo se escuchaba música de Ray Conniff. Ella seguía los compaces con el movimiento grácil de su cuerpo y veía y buscaba en mis ojos la aprobación de su entrega a esa sonoridad.
Después de comer, hicimos un pequeño reposo y luego nos dispusimos a bailar al compás de la orquesta que seguía amenizando el ambiente. Nuestros cuerpos se movieron en cadenciosos pasos, yo tratando de seguirla y disimular un tanto mi torpeza para el baile. Ella amorosamente me llevaba y me iba indicando qué hacer. No presté mucha atención a eso, como sentir su calor cercano, observar de cerca sus ojos, su pelo castaño y su boca, pequeña boca que ya me había obsequiado besos, primeros besos con mucha pasión pero sin atrevimiento.
La tarde la compartimos hablando de lo afortunados que éramos teniéndonos, amándonos después de lo imposible que parecía llegar a eso. Le confesé que siempre había sentido algo especial por ella pero no me atreví a confesarlo pues no tenía sentido atarla a mi en las circunstancias que estaba viviendo.
Muchos años después vi el disco que hizo de fondo musical aquella tarde y pensé que sería una agradable sorpresa para ella. Lo adquirí y lo llevé a casa. Durante el trayecto fui pensado en lo que he relatado, recreándome en esos momentos.
Cuando llegué, entré a la sala, todo era silencio y en los muchachos una cara de preocupación. Casi en susurro, para no despertarla me relataron que había tenido una crisis, un cambio de personalidad brutal y después de ese desfogue, se quedó profundamente dormida. A partir de ese día ya nada fue igual. No hubo manera de que volviera a esta realidad, la medicina declaró que solo se podían dar paliativos que controlaran su conducta y que le permitieran una buena calidad de vida. No pudimos escuchar y disfrutar juntos este disco, las piezas, las melodías las escucho a solas y puedo aún recordar con gratitud los momentos que la vida me dio a su lado. Siempre la música será un ancla que me lleve a ella y en un espacio de mi corazón estará su amor.
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